sexta-feira, 11 de junho de 2010

Madrigales

I
Déjame ya ocultarme en tu recuerdo inmenso,

que me toca y me ciñe como una niebla amante;

y que la tibia tierra de tu carne me añore,

oh isla de alas rosadas, plegadas dulcemente.



Y estos versos fugaces que tal vez fueron besos,

y polen de florestas en futuros sin tiempo,

ya son como reflejos de lunas y de olvidos,

estos versos que digo, sin decir, a tu oído.



II

Llámame en la hondonada de tus sueños más dulces,

llámame con tus cielos, con tus nocturnos firmamentos,

llámame con tus noches desgarradas al fondo

por esa ala inmensa de imposible blancura.



Llámame en el collado, llámame en la llanura

y en el viento y la nieve, la aurora y el poniente,

llámame con tu voz, que es esa flor que sube

mientras a tierra caen llorándola sus pétalos.



III

No es para ti que, al fin, estas líneas escribo

en la página azul de este cielo nostálgico

como el viejo lamento del viento en el postigo

del día más floral entre los días idos.



Una palabra vuelve, pero no es tu palabra,

aunque fuera tu aliento que repite mi nombre,

sino mi boca húmeda de tus besos perdidos,

sino tus labios vivos en los míos, furtivos.



Y vuelve, cada siempre, entre el follaje alterno

de días y de noches, de soles y sombrías

estrellas repetidas, vuelve como el celaje

y su bandada quieta, veloz y sin fatiga.



No es para ti este canto que fulge de tus lágrimas,

no para ti este verso de melodías oscuras,

sino que entre mis manos tu temblor aún persiste

y en él, el fuego eterno de nuestras horas.

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